martes, 9 de junio de 2009

Terror en la rotonda

Eran las 00:00, mi compañero y yo recorriamos en coche aquella oscura ciudad desolada, todo indicaba que ese iba a ser el día, el viento hacia volar a las vacas y la gente destacaba por su ausencia o en su defecto por su fealdad. Pero nos pareció normal que no hubiese nadie por la calle un día como ese, al menos no aquellos que conocían las historias...

Claro que nosotros las conocíamos, lo que ocurría no es que no las creyesemos sino que deseabamos desafiarlas. Desafiarlas como quien se queda plantado frente a un elefante-lobo sin saber como acaba la guía de supervivencia o como quien le da la espalda a una pareja de talpalcuales, era una locura. Además, nadie se esperaba que nos fuesemos a encontrar con "eso", ni siquiera nosotros. Pero "eso" apareció y aquella noche intento acabar con nuestras vidas.

Así pues, nos dirigiamos con el coche cargado de hielo, fruta, 10 litros de vino, un cubo de fregar y un par de zorronas en la parte de atrás, hacia la oscuridad, tentando a la suerte en una zona plagada de rotondas. Conforme avanzabamos estas empezaron a hacerse cada vez más grandes y cada vez menos circulares, pero eso sí, la señal que las señalizaba permanecía impasible a su forma, mintiendonos continuamente, asegurandonos que todas las rotondas eran redondas.

Cuando nos dimos cuenta ya estabamos en esa rotonda, la última de nuestro trayecto, la más jodida de todas. Y de repente "eso" se apareció frente a nosotros. ¿Como llego allí? ¿Cuál fue su origen? ¿Tal vez fue fruto del descuido de un jefe de obras con legañas del tamaño de un puño cerrado lleno de canarios? ¿Tal vez olvidaron protegerlo con un enano de jardín y por tanto cayó en el más caótico destino? ¿Tal vez abandono la escuela antes de conseguir el graduado y el único trabajo que pudo conseguir fue ese? Lo mismo nos daba en ese momento, si acaso nos interesa algún día ya escribiremos sobre ello. En ese momento, la teniamos encima y nuestra vida peligraba.

"Eso" era una masa de plásticos y cartones que se dirigía hacía nosotros. ¿Había alguien en su interior o se movía por si misma? Rápidamente encontramos dentro de nosotros un atisbo de valentía, que utilizamos para levantar nuestras manos, sacar las uñas, incarlas sobre el salpicadero y gritar como colegialas enfermizas. No sabemos que sucedió, acto seguido aquél cúmulo de plásticos fantasmagórico desapareció como si nos hubiese atravesado. Seguimos con el coche calle abajo aún sufriendo por el susto y mirando hacía atrás en busca de "eso", pero cuando miramos hacia atras no había nada. Entonces lo escuchamos, nuestro miedo se disparó, "eso estaba debajo de nosotros, murmurando por encima del sonido del motor del coche, y prendiendose fuego en un intento desesperado de acabar con nosotros.

El terror cambió y se magnificó hasta límites increibles. Ese miedo era diferente, de ese que es tan grande que hasta duele, que te obliga a replantearte la vida. Es un miedo superior al miedo a la muerte, ese miedo es... ¡¡ El miedo a la maldita factura del mecánico como hubiera que cambiar algo del jodido coche por culpa de aquella mierda de bolsa gigante petada de cartones!!. De modo que cual erizo azul con diarrea salí corriendo hacía la parte de delante del coche aferrando aquel ridículo miedo y lanzándolo hacía el cielo con una fuerza y una cara de esfuerzo que tan solo podrán recordar los ocupantes de aquél polo rojo.

"Eso" desapareció en la noche; el coche y nuestras vidas fueron salvadas y en la lejania un grito de rabia rasgó el cielo nocturno. Jurariamos que sonó como nuestro mecánico.

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